18 de mayo de 2018

CONCIENCIA DE LA NADA Y EL VACÍO

Desde nada y vacío
yo vine al mundo,
un mundo de palabras.

“Período de oración”, jadeaba mi madre
mientras abría huesos para dar luz al grito
que forjó los sonidos de mi primera frase.

El reloj no obedece las leyes ni los códigos
de seres que no sean
el puro resbalar en la palabra.

Y aquel fluyente instante, que era yo,
articularse quiso en universo
consistente de símbolos que otorgara quietud
al deslizarse inquieto que nos tiene.

Nací de madrugada en el mercado
difícil de las voces.

Mis sustantivos tuve que escoger:
obra, mujer y muerte, que congregaron otros:
soledad, sueños, ojos y ternura.

Querían su adopción, el seno acogedor
de un discurso constante,
coherente, sembrado de sus verbos,
conjurando a pronombres y adjetivos.

Pero se despistaban conmigo sin saberlo
por los vericuetos de un aliento
salpicado de dudas,
arrastrado por lluvias amarillas
como un retrato ajado y desteñido.

Al tiempo y la palabra
llegué queriendo ser eternidad.

Pero, al fin, quedó sólo un círculo cerrado,
la conciencia de nada y del vacío,
el invierno callado de un silencio sin límites.


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