Tantos días vividos y
tanta madrugada,
manos encallecidas
que conocen
la luz del mar, bancal
y sementera,
por tus brazos caídos
como árboles cortados
cual vino derramado
huyó la vida.
Tu cuerpo endurecido,
que siempre amó los
campos, se contrae
en ese lecho estéril
donde el invierno es
todo.
Quien no espera es la
angustia que me cubre
igual que a ti la
tierra.
Bajo este sol
poniente, todavía,
los aromas del monte
que cuidaste.
No hay comentarios:
Publicar un comentario