Al borde de la calle una línea amarilla,
gruesa
marca los límites del sueño.
Tú
estás en la otra acera sembrada de colores,
arco
iris que acaba de salir
tras
el húmedo aliento de la lluvia.
Veloz
pasa el deseo los semáforos,
incómodos
semáforos en rojo,
como
un anciano ciego
que
perdió para siempre su lugar
y
busca su bastón desesperado.
Dormido
en el sofá, los párpados cerrados,
se
adensan los colores en mis ojos
como
en la roca roja de Paul Cézanne.
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