Yo
adoro las palabras que tus paisajes cuentan.
Los
erosionó la vida
y no
se reconocen a sí mismos.
Pues
tu cuerpo dejó de pasear conmigo
los
senderos del bosque,
de
señalar las rocas y hendiduras,
los
zorzales que habitan las encinas.
Yo
adoro las palabras
que
me dejaste escritas de un pasado
que
se olvidó de sí. Se quedó sin futuro
y tu
cuerpo dejó de sentir un presente,
de
decir lo que fue,
lo
que demanda,
lo
que entraña y evoca.
Afortunadamente
hay marcas de la vida, susurros de la piel
que atesoran las yemas de mis dedos.
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