Las
laderas del monte son refugios
de
calandrias. Las miras y parecen
sólo
hierba salvaje, sólo árboles.
Y,
sin embargo, tejen y destejen,
viajeras
del instinto en su quietud,
paseos
por parajes con figura.
En
sus acantilados tiempo activo,
y en
la sangre caricias de la noche
y el
aire de la luz en el ramaje.
En
los remansos íntimos se agolpan
los
besos en los párpados, poemas
del
mar sobre tu cuerpo y las arenas.
Las
laderas del monte son refugios.
Se
reduce la piel de la ciudad
a
viejos callejones sin salida.