A las ocho dialogo con los pájaros
que buscan
aposento en la espesura,
un
ruido que contrasta
con
el duro silencio del asfalto,
de
las sombras entrantes.
No
sé si solamente me expresan su cansancio
o
acaso solicitan motivos para un sueño.
Lentamente
se encienden las lámparas solares
que
guardan el jardín de los malentendidos.
Las
palabras se acuestan en la hierba,
son
graves, como notas desplomadas
de
un concierto. Confirman, sin embargo,
que
alguien puede vivir este diciembre
con
la levedad frágil de las aves.
No
son sólo palabras de una noche de invierno
donde
la mar se encoge.
La
mar no tiene peces para llenar mis redes
que
arrastran las cenizas de la luz,
un
cielo oscuro.
Sobre
mis pies desnudos los pájaros mantienen
su
pulso con la muerte y con su entorno.
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