En
este veintinueve de septiembre
me
han cercado las nubes de febrero,
las
nubes que se instalan
dentro
de ti
sin
viento que remueva su textura
de
oscuridad y frío.
Apagaron
la luz,
también
aquella luz de la memoria,
para
dejar su baile de vidrio derramado,
su
convulsión de charca estancada,
de
fruto detenido, de tacto sin objeto,
de
pupilas en sombra.
Han
dejado mi cuerpo sudoroso
y a
mis pies abrazando la almohada.
Perdida
entre las sábanas
la
bruma duerme.
Tal
vez alguien ascienda a la colina,
necesito
un abismo como vientre.
Mis
ojos son colinas
recubiertas
de hormigas,
de
musgo y de hoja seca.
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