Tus párpados se queman
hundidos
en las gafas oscuras y novísimas
con
las que ves el mundo.
La
danza fugitiva de la noche
va
dejando su espuma,
cabriola
de destellos en tu espalda.
Por
los cauces sedientos de una copa
la
mirada y el sexo
el
hambre se consume al paso de la sangre.
La
madrugada deja una puerta cerrada
en
tu boca y tu cuerpo,
la
insufrible miseria de las horas.
Yo a
veces me pregunto
de
qué pueden servirte a ti mis versos,
qué
me ofrecen a mí tus gafas nuevas.
No
te importen la lluvia ni la nieve,
las
gafas necesitan también como los versos
de
un limpiaparabrisas.
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