Buenos días, Amor.
Hace tanto tiempo que no te escribo
que tengo penosamente desdibujadas
las líneas de tu rostro.
Hoy lo hago
de nuevo
para
restaurar contigo
este dulce
diálogo, sin el cual
me es
imposible entender la vida.
He
tomado café con el otoño.
Me ha
ofrecido un puñado de hojas secas.
Las he
cogido.
Un
torrente de luz entre mis manos,
sobre
el tejado verde aire, yunta
de
agua y tierra,
sementera
de ocres y amarillos,
sumiso
olor a tierra estercolada,
tacto añejo
de arrugas y turgencias.
He tomado café
con el otoño.
Me
ha hablado de cosas muy sencillas,
que
no saben ni sueñan hoy los hombres
en
este loco ser-pasar mecánico
y reglado buscando
metálicas, vacías
apariencias.
He tomado café
con el otoño.
Estaba frío.
Me
ha invitado a perder el tiempo cálido
contando
a los gorriones,
la
escarcha y el rocío
el
vuelo de alcotán y la paloma.
A
oler a hierba y campo,
a
saber a castaña,
uva,
azafrán,
aceite
y alhuceña.
Consérvate
bien.