De tierra está
tejidos aquellos que mi niñez hicieron.
Las vacas de mi abuelo, la paja de las
eras, la sierra,
la aceituna, la sed del pedregal, el
aullido del lobo
por las noches, la sombra del olivo y de
la encina.
Aún a cereal mi frente huele y a manos
de mi madre
haciendo el pan, a veces de cebada,
otras de trigo.
En los hombros del padre la molienda, la
paloma
torcaz y la escopeta, la codorniz oculta
en la vaguada
y el pájaro perdiz en la ladera.
Asir la luz del
cielo buscó mi juventud donde
el sentido se abre y el corazón anhela.
De mar y sol
teñido el horizonte, más allá de esta
vida
el pensamiento. Colegas de la sed amigos
fueron
por una playa de oro sus pinares,
idealistas y puros,
también, los campos yermos de Castilla,
que de álamos llené, cipreses y
negrillos. Arboleda
de sueños que perfilan los paisajes del
campo, del mar
y de la luz con la suavidad leve de
nieve derretida.
Llegaste tú a mi
vida al alba como un grito
de color por veredas de luna y de
terraza. Volví a soñar
el aire, y el vivir pintó tu cuerpo de golondrinas
rosas en la tarde. La vega de ti llena,
acurrucada
y húmeda. Derrotada la prisa, engendró un
universo
donde sueñan brillando tres destinos.
Tejida está de
sueños esta edad crepuscular.
Salgo a la calle y miro. La vida sigue
su Ciudad
soñando. Baila al ritmo que marca el
todavía,
aunque falten los víveres y oculto en las pupilas
no siempre salga el sol. Los ojos en los
cuentos,
la mirada perdida, apuramos de un trago
la luna
que nos dieron. Recorremos desvanes sin
confundir
a nadie y guardamos en saldo no contable
para hacienda las risas que vivir nos
procuran.
La vida se compone
de infinidad de sueños,
un vacío perpetuo de silencios alimenta la
muerte.