El
ciego marca el día en las esquinas
solfeando
aquel número
que
ha de tocar el viernes colindante.
Si yo fuera agraciado por la suerte,
seguiría
midiendo con cafés
el
tiempo que me resta, como contamos grietas
que
guardan toda sombra del pasado.
Café,
descafeinado y zumo de naranja
asumieron
los años, su compás,
se
cargaron de arrugas, igual que se cargaban
de
oro los barcos.
Todos
los martes,
quizás
fueran los miércoles,
la
mesa de aquel bar ponía en nuestras vidas
algo
más que el azúcar, sacarina y palabras.
Seguía
cada cual, luego, su ritmo,
sintaxis
con reloj de sus pisadas,
sembrando
los minutos de realidad y sueños.
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