Aturdimiento
y sol
en
el seno apretado de este otoño,
mientras
lava sus pies a la orilla del agua.
Yo
me niego a escuchar las voces del desastre.
Selecciono
otros léxicos
que
no aceleran
ni
retrasan los ritmos de la muerte.
Que
desgranan la luz que permanece
intacta
en
la espesura virgen
de
las danzas de bosque.
Mi
oído se hace el sordo a la tronada.
El
exiguo susurro de mi voz
no
quiebra en la arboleda
el
brillo del relámpago.
Pero
planta semillas
por
si renacen los que amaron
y
llenan de calor y lucidez
las
máquinas del llanto.
Yo
no mastico sombras de murciélago.
La
paz despertará con música de Mozart
a
las pardas encinas del barranco.