Los
días no pararon
por
el temblor de unas gotas de lluvia,
ni
de nuestro almanaque se borraron
los
números al ver pasar la vida
por
sus recuadros grises.
La sierra,
como cada amanecer,
con
la respiración entrecortada
entraba
sin escándalo
por
las grandes ventanas del salón.
Las calles
amarillas, solitarias
dejaron
su almohada al tráfico
de
las sombras dormidas.
Tras
un rayo de luz
las
nubes
daban
los buenos días a este seis de diciembre.
Cené
ayer con el dueño del otoño.
No
tengas miedo –dijo-,
vigila
los inviernos y la noche,
las
viviendas vacías y las palabras muertas.
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