Lo suyo es adecuar el gesto y la palabra,
que uno y otra te ayuden
y sean las ventanas entreabiertas
para ver dentro.
¿Quién soy yo para ver el interior del bosque
si danzan las libélulas?
Preciso es pasear tranquilamente
por ambos, asomarse a sus cristales,
limpiarlos de humedades del pretérito,
de escombro acumulado
y de rutina.
Que el gesto y la palabra nos envuelvan
diáfanos, igual que arañas tejedoras,
con los hilos que no tienen final
de gentes que se amaron, platicaron
y mezclaron sus lindes en la hierba.
Porque ellos son lenguaje de la tierra
como el sol que desnuda la arboleda
y que te baña.
El mineral está de parto y te alimenta
con leche pura y gotas de rocío.
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