La luz de
abril se acuesta en la pupila
como una
hoja tierna sobre el musgo,
sus lágrimas
son lluvia que produce
la hierba de
los campos,
la palabra
que lleva en su textura
el temblor
de unos labios.
Señor de la
pupila,
Señor del
musgo y de los labios,
preciso
despertarme
en la piel
donde juegan las serpientes,
donde el
aire navega por las nubes
sin temor a
perderse,
donde los
ríos
atañen a la
luna
antes de ser
la mañana
del mar y de los mirlos.
¿Quién agita
los pies
que anhelan
las veredas de los bosques?
¿Qué voz he
de escuchar para danzar con ellos?
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